martes, 8 de septiembre de 2009

En un libro de Sándor Maray, titulado La herencia de Esther, leí un texto que hablaba acerca de que La ley de la vida dicta que acabemos lo que algún día empezamos (…) y me gustaría recalcar unos renglones que me parecen muy increibles.

(…) Las reglas de la educación no sirven para nada cuando hay que hablar de realidad… los reencuentros son mas apasionados y mas misteriosos que los primeros encuentros… Yo lo se desde hace mucho tiempo.
Ver de nuevo a alguien a quien hemos amado… ¿no es volver al escenario del crimen, atraídos por una necesidad ineludible, como afirman las novelas de detectives? Yo sólo te he amado a ti en todo mi vida; ya sé que mi amor no se basaba en unas exigencias severas, y que yo no era muy consecuente con ello…

Luego, algo sucedió. Lo que sucedió es que tú no querías aceptar ese amor. No trates de defenderte. No basta con querer a alguien. Hay que tener valor para amar de verdad. Hay que amar de una manera tal que ningún ladrón, ninguna mala intención, ninguna ley – ni la ley humana ni la ley divina- puedan hacer nada en contra de ese amor. Nosotros no nos amábamos con valentía…

Ése fue el problema. Y es tu responsabilidad, puesto que el valor de un hombre resulta ridículo en materia de amor. El amor es cosa de mujeres. Solo destacáis en eso. Y en eso fracasaste tú, y contigo fracasó todo lo que pudo haber sido, todos nuestros deberes, el sentido entero de nuestras vidas. (…)

(…) Quería que supieras que nada puede terminarse de una manera arbitraria, antes de tiempo, entre dos personas… ¡No puede ser!.. Tu estas ligado a mi, incluso ahora, cuando el tiempo y el espacio ya lo han destruido todo, todo lo que nosotros construimos entre los dos. (…).

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